El testamento político de Zapatero
Como a la protagonista de la película Goodbye Lenin, una mujer a la que su hijo intenta ocultar la caída del socialismo en la RDA, a Zapatero la realidad le ha dado un buen disgusto. Parece claro que los tiempos que corren no acompañan a los socialdemócratas que abrazaron el neoliberalismo. El sueño de ZP y su partido se vino abajo con el estallido de la burbuja: ya no podían desarrollar sus políticas sociales y a la vez gestionar la economía al más puro estilo neoliberal.
Si recordamos, fueron las movilizaciones sociales, que culminaron con las protestas espontáneas contra las mentiras del gobierno de Aznar sobre el 11M, las que propiciaron que Zapatero se convirtiera en el presidente más votado de la democracia española y en la nueva esperanza de gran parte de la izquierda europea. “No nos falles” fue el lema que gritaron cientos de simpatizantes del PSOE la noche de la victoria electoral.
Sin embargo, ZP no entró a las cuestiones de fondo. Bajaban los sueldos pero el consumo crecía. Aumentaba la precariedad pero disminuía el desempleo. Daba igual que la economía se basara en la construcción infinita y en el endeudamiento generalizado. Daba igual que unos se estuvieran forrando y otros hipotecándose. No digamos ya el despilfarro de recursos naturales y el ataque a las costas ¡Los socialdemócratas nunca fueron ecologistas! Políticas sociales como la legalización del matrimonio homosexual o la promesa de la Ley de Dependencia iban de la mano de rebajas fiscales a las rentas altas, pérdida de poder adquisitivo de los salarios, precarización galopante del empleo y cero control del mundo financiero y las cajas de ahorro.
En vez de plantar cara a la burbuja inmobiliaria y a sus beneficiarios, la represión se desató contra el movimiento de jóvenes de V de Vivienda. Nada podía estropear la fiesta, y es que según Zapatero estábamos entrando en la “Champions” de los países ricos, lo que sin duda le sirvió para aumentar los votos y revalidar la presidencia en 2008.
Y entonces llegó la crisis. Primero hablaron de desaceleración y después pusieron el acento en las causas internacionales. Más tarde, y para ir cambiando el sistema productivo, implementaron medidas para incentivar la construcción y el consumo de coches. Para los bancos un fondo de rescate de 90.000 millones de euros. La patronal aceptó la ayuda a los parados sin prestación a cambio de una rebaja en las cotizaciones a la Seguridad Social para las empresas. Finalmente, ZP tuvo que tragarse el buenrrollismo y acabar poniendo en marcha un paquete de medidas antisociales con reforma laboral y aumento de la edad de jubilación incluidas. Hasta aquí la crónica de una debacle anunciada: la retirada por la puerta de atrás de Zapatero y el hundimiento electoral del PSOE.
Pero, ¿qué hay detrás de la incapacidad del gobierno socialista para gestionar el ciclo alcista y la crisis de otra manera? ¿Cómo es posible que la socialdemocracia no haya propuesto un mínimo programa de medidas frente a la rapiña financiera? En los últimos treinta años, los partidos socialdemócratas europeos no han defendido los intereses de las mayorías. Han acatado los presupuestos de la economía neoliberal: desregulación financiera, reformas laborales, privatización de empresas públicas, precarización del empleo, externalización de los servicios públicos, deducciones fiscales a rentas altas y productos financieros, etc. Se mantuvieron a la defensiva como “contraparte” de algo peor, la derecha. Pero lo cierto es que ni siquiera el programa socialdemócrata de pleno empleo, ciudadanía nacional y propiedad pública es útil en nuestros días.
Cuando las elites económicas están más interesadas en los beneficios financieros que en el crecimiento económico de los países, levantar la bandera del pleno empleo es derrotista y poco creíble, también cuando lo hacen los sindicatos mayoritarios o los partidos a la izquierda del PSOE. El empleo se ha vuelto precario y el nivel de los salarios no se corresponde con las labores socialmente útiles. La fórmula salario-empleo no reconoce muchas de las actividades que generan riqueza como los cuidados, el trabajo doméstico, la formación o la producción cultural siempre colectiva y difusa. El PSOE, sin embargo, ha utilizado la zanahoria del pleno empleo para echar a perder los derechos laborales. Pero la cuestión fundamental no es el pleno empleo a cualquier precio, sino la distribución de la riqueza (mayor que nunca) mediante una fiscalidad que asegure el acceso a renta y servicios públicos para todos.
En cuanto a que los derechos de las personas estén adscritos a una determinada nacionalidad, cuando los movimientos financieros no son regulados por el Estado-nación, no deja de ser una burla al sentido común. En estos tiempos, los derechos de ciudadanía no deben ser una cuestión nacional, sino universal. Por último, para la socialdemocracia, la propiedad pública siempre ha sido estatal: el gobierno decidía y legislaba sobre lo público sin contar con los interesados, nunca se ha promovido una gestión social de lo público. Sin alternativas al modelo neoliberal, los líderes socialdemócratas han bailado la canción de inversores y expertos, no sin beneficio personal en forma de pensiones vitalicias y consulting millonarios.
Los políticos “socialistas”, asentados en su papel de “contraparte progresista”, los “menos malos” de la desregulación y la burbuja, dando pinceladas sociales a un modelo insostenible, cuando llegó la crisis, acataron las órdenes del mercado. ¿Refundar el capitalismo? El PSOE argumentaba que la culpa no era suya, sino del crash mundial, pero las movilizaciones de mayo le dejaron sin coartada. El gobierno podía cambiar la ley electoral, ayudar a los hipotecados, perseguir a los políticos corruptos y empresarios enriquecidos ilegalmente.
También podía revocar la ley 15/97 que permite la privatización de la sanidad o acabar con los conciertos educativos. Pero no hicieron nada. Sólo adelantaron las elecciones, en uno de los mayores gestos de derrota política nunca vistos. Era el turno de la rotación bipartidista: el PSOE le cedía el puesto a sus compañeros populares. Durante la campaña electoral, ni el interesado acercamiento al 15M, ni la evocación del miedo a la derecha, ni las patéticas críticas a los banqueros, ni las cínicas promesas de subir los impuestos han sido creíbles.
A partir de ahora, el PSOE intentará recuperar protagonismo apuntándose a las movilizaciones contra las políticas de austeridad que aplique el gobierno de Rajoy. También tratará de hacerse un lifting político mediante la celebración de un congreso. Pero ya no estamos en 2004, la nueva ola de movilizaciones ha desplazado a la avanzadilla cultural del PSOE. Los progres, que desde la Transición monopolizaban la “Cultura”, han quedado retratados con su apoyo a la SGAE y la ley Sinde. La inteligencia colectiva, la que tomó las plazas y que interactúa en forma de red, ha desbordado el discurso autocomplaciente de la progresía sobre la democracia que “tanto ha costado en este país”. Mucha gente quiere una democracia real y siete años después de la victoria de ZP tiene claro que el PSOE es parte del problema. En 2011, ya no hay nadie a quien esperar. Sencillamente, casi todo está por inventar.
29 años después (De 1982 a 2011)
Publicado en 09 diciembre 2011 por amalia
Juan Francisco Martín Seco – Consejo Científico de ATTAC
El vuelco electoral que se produjo el pasado día 20 noviembre recuerda aparentemente a aquel 28 de octubre de 1982 en el que el PSOE se alzó con mayoría aplastante. Entonces, como ahora, la economía española se debatía en una profunda crisis, aunque de características diferentes y, sin duda, de gravedad muy inferior a la actual. Entonces, como ahora, el partido mayoritario en la oposición y posteriormente ganador de los comicios se presentó con el eslogan “por el cambio”.
Pero esa aparente similitud queda enseguida relegada, no solo porque los papeles de los protagonistas se invierten, sino por otras múltiples disparidades. Podríamos bautizar las elecciones de 1982 con el nombre de la esperanza. Aquel PSOE supo concitar un gran apoyo electoral. Los ciudadanos acudieron a las urnas con optimismo y entusiasmo pensando que el cambio era posible. El derrumbamiento de la UCD se debió sin duda a sus muchos errores y divisiones internas, pero también a que el PSOE transmitió ilusión a una gran parte de la sociedad. Otra cosa es que, como en toda ilusión, llegase después y relativamente pronto el desengaño. El momento actual es muy diferente. Estos comicios podrían haberse titulado los de la desesperación y el desánimo y, ante todo, lo que se ha producido es simple y llanamente un voto de castigo.
En todas las elecciones asistimos a un fenómeno curioso. Casi todas las fuerzas políticas se proclaman ganadoras. Siempre encuentran para ello algún aspecto en el que basarse. Pero en pocas elecciones como en esta, tales manifestaciones se acercan tanto a la verdad. Todos los partidos, todos menos el PSOE, han mejorado sus resultados o al menos han cumplido los objetivos que se habían propuesto alcanzar. Y, sin embargo, todos también deberían relativizar la victoria. El hundimiento del PSOE ha permitido el triunfo del PP con un escaso medio millón de votos adicionales a los de las pasadas elecciones. La debacle socialista ha liberado tal cantidad de votos, que incluso descontando los que se han dirigido a la abstención, ha hecho posible los magníficos resultados de Izquierda Unida, de UPyD y hasta los de CiU. Los partidos ganadores, comenzando por el PP, deberían preguntarse, no obstante, hasta qué punto su éxito obedece a sus méritos o a los deméritos del Partido Socialista.
Pero, sobre todo, es el PSOE el que tendría que reflexionar o mejor, más que reflexionar, llevar a cabo una total catarsis, cosa a la que no parecen estar muy dispuestos a juzgar por cómo se desarrolló el pasado Comité Federal, ausente de cualquier atisbo de debate y de la mínima autocrítica por parte de los responsables del desastre. Todo se limita a escudarse tras la crisis. Sin duda las dificultades económicas han sido el factor más importante en estos años para todos los países europeos, pero gobernar implica hacerlo en todas las circunstancias.
El primer error de Zapatero y de su séquito fue el de dar por buena la herencia económica recibida del PP y no vislumbrar que, detrás de aquel auge, se escondía una bomba de relojería que podría estallar en cualquier momento. Es más, se subieron al carro de la euforia y durante sus primeros cuatro años continuaron aplicando con gran triunfalismo la misma política, que no era precisamente una política socialdemócrata. Por si no hubieran sido bastante las dos reformas fiscales del PP, el PSOE implantó también la suya en la misma línea: reducción del Impuesto de Sociedades, disminución del tipo marginal máximo del IRPF, permisividad ante el fraude fiscal de las SICAV y, como traca final, la suspensión del Impuesto sobre el Patrimonio.
En su obcecación, se negaron a aceptar la crisis cuando ya era evidente y, en el momento en que la negación ya no fue posible, miraron hacia fuera responsabilizando de todo a las hipotecas subprime de Estados Unidos y cerrando los ojos, una vez más, a los graves problemas que presentaba la economía española. Incluso se jactaron de la solidez de nuestro sistema financiero, todo él contaminado por la burbuja inmobiliaria.
El papel representado ante Europa y ante Alemania ha sido deprimente, de extrema debilidad, de impericia e incompetencia, llegando casi al servilismo. En un día, por la imposición de los mandatarios europeos, modificó todo su programa cuando lo que únicamente se estaba solventando entonces era la ayuda a Grecia. Pero es que, en todo caso, Europa y Alemania nunca determinaron qué tipo de ajustes había que implementar. La decisión de recortar el sueldo a los empleados públicos y a los pensionistas y subir los impuestos indirectos en lugar de incrementar los directos (sociedades, IRPF, rentas de capital, patrimonio, sucesiones, SICAV, etc.) fue exclusivamente del Gobierno.
El margen de actuación siempre es grande y las alternativas muchas. En parte por ineptitud, el Gobierno se inclinó por lo aparentemente más sencillo, haciendo recaer el coste de la crisis sobre las clases más bajas. Los ajustes y reformas realizados por el PSOE estos años son de los más duros de nuestra época democrática. La etapa Zapatero se recordará por la frivolidad, por las ocurrencias, por la improvisación y por la falta total de ideología, a pesar de sus muchas aseveraciones en sentido contrario. El problema actual del PSOE consiste en que se ha olvidado de cuál es la ideología socialdemócrata. Se ha convertido en un partido liberal; liberal, sí, en materia de derechos civiles y de costumbres, pero también en materia de política económica.
Artículo publicado en La República
www.telefonica.net/web2/martin-seco
http://www.publico.es/espana/411258/que-ha-pasado-con-el-voto-socialista-el-20-n
JOSÉ LUIS DE ZÁRRAGA 09/12/2011 08:50 Actualizado: 09/12/2011 08:58
El 20-N el Partido Popular incrementó sus votos de electores residentes en España en 660.000 respecto a 2008; el PSOE los redujo en 4.090.000. El partido ganador sólo ha perdido votos, en cantidad significativa, a favor de UPyD y por la división de su electorado en Asturias; de los votos nuevos que ha obtenido, pocos pueden provenir del saldo de altas y bajas de electores, y en su mayor parte sólo pueden llegarle de electores socialistas, unos 900.000 (un 8% del voto del PSOE de 2008).
El Partido Socialista, en cambio, ha perdido votos en todas direcciones. Aparte de las abstenciones y votos en blanco (más de un millón y medio) y de sufragios transferidos al PP, otro millón y medio de votantes de 2008 votó esta vez a otros partidos. Lo más significativo de estos flujos de voto es que se han producido en direcciones por completo dispares y con motivaciones distintas: el PSOE ha perdido, a la vez, la imagen de partido de Gobierno y la de partido de oposición.
El PSOE ha perdido su imagen de partido de Gobierno. Aunque ello no haga justicia a la actuación de Zapatero -cuya trayectoria en los dos últimos años se guió por la decisión de actuar según lo que entendía que eran criterios de Estado aun a costa de sus criterios de partido ("cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste")-, la idea generalizada con la que llegó el PSOE a las elecciones fue que había sido incapaz de hacer frente a la crisis, que no había asumido su responsabilidad ni había sabido gobernar, y que era necesario sacarlo del poder. Una parte de quienes pensaban así creían también que el Partido Popular -pese a la oposición exclusivamente negativa que había hecho- era más adecuado para gobernar el país y que, en todo caso, no lo haría peor que los socialistas. Eso explica los votos de 2008 que se han transferido del PSOE al PP en 2011.
Por otra parte, el PSOE ha perdido también su imagen de partido de oposición, de partido de la izquierda frente a la derecha, del progresismo radical frente al conservadurismo y la reacción. No sólo las medidas antipopulares y la falta de medidas que pudiesen afectar negativamente a los intereses del capitalismo financiero, o de los ricos en general, sino también sus retrocesos, indecisiones y demoras ante la ofensiva de la Iglesia y de los movimientos integristas han transmitido la impresión de que los socialistas, hoy, no representan realmente a la izquierda. La mayor parte de los votantes de 2008 que han dejado de votar al PSOE en 2011, aunque es probable que compartan también la opinión de que ha gobernado mal, han motivado con esa imagen su abstención o su trasferencia de voto a otros partidos.
Pero hay que notar que estos dos fenómenos se distribuyen de modo muy distinto en el territorio español. Hay una parte de España en la que ha sucedido, sobre todo, que el PSOE ha perdido su imagen de opción de Gobierno y, en consecuencia, una parte de sus votos se ha transferido al Partido Popular o a otras opciones de gobierno territorial, como CiU o el PNV. Y hay otra parte de España en la que el PSOE ha perdido, sobre todo, su imagen de oposición, y sus votos se han trasferido a otras listas, como las de IU y la izquierda radical, Equo y PACMA, o UPyD.
El análisis de las transferencias del voto socialista de 2008 es engañoso cuando se realiza sobre el agregado nacional. Al realizarlo sobre las circunscripciones (o los agregados de comunidad) puede verse claramente que ha habido dos tipos muy distintos de flujos de votos. En todas partes una fracción muy importante del voto socialista -como mínimo un tercio de sus pérdidas- ha ido a la abstención o al voto en blanco. Pero, aparte de ello, en unos territorios la mayoría del voto perdido ha sido transferido al PP en mayor proporción que a los partidos de izquierdas, mientras en otros territorios muy poco voto socialista ha ido a las candidaturas populares y casi todos los que no se han abstenido han transferido su voto a opciones alternativas de oposición.
El PSOE ha perdido la imagen de Gobierno allí donde conservaba una posición política hegemónica o gobernante (al menos hasta las elecciones autonómicas últimas): Andalucía, Galicia, Asturias, Castilla-La Mancha, Aragón, Balears y Extremadura (e incluso, de un modo especial, Cantabria y Canarias), por una parte, y Catalunya y Euskadi, por otra. En las primeras, el voto al PP (o, en el caso asturiano, a su doble regional, el Foro de Álvarez Cascos) ha recibido de votantes socialistas cerca de 700.000 votos, mientras las alternativas de oposición en esos territorios pueden haber recibido poco más de 500.000. En el caso de Catalunya y Euskadi, la alternativa al PSOE como partido de Gobierno lo representan también CiU y el PNV. Aquí el voto socialista se ha dividido según la identificación nacional de sus electores: la fracción antinacionalista de ese electorado ha trasferido voto al PP; y el resto, mayoritariamente, a CiU y al PNV, y en una proporción menor, a las candidaturas de izquierdas.
En cambio, en donde el PSOE había perdido hace tiempo la imagen de alternativa de Gobierno y le tocaba desempeñar una función crítica y de movilización social, lo que pierde ahora es imagen de oposición. Eso sucede en Madrid, Comunitat Valenciana, Murcia, Castilla y León, La Rioja y Navarra. En estos territorios, aunque el PSOE pierde 1,3 millones de votos, el Partido Popular recibe poco más de 100.000 votos socialistas y los electores que habían apoyado a Zapatero en 2008 se han repartido por mitades entre la abstención y las opciones alternativas de oposición.
En conclusión, por lo que indican los resultados, la estrategia del PSOE durante los últimos años parece haber sido la peor en una perspectiva electoral. Como partido de Gobierno ha parecido incapaz y como partido de oposición nulo, y, en uno u otro papel, ha perdido un tercio de su electorado.