Para llegar a un cambio social hace falta la organización, la movilización y la protesta, pero esto no es suficiente. “Nada se logrará si previamente no se sacuden de manera colectiva las conciencias de la gente”. Así piensa el historiador y profesor emérito de la Universitat Pompeu Fabra, Josep Fontana, quien ha participado en Valencia en el ciclo “No se puede reprimir la primavera”, organizado por la Universitat de València en colaboración de Amnistía Internacional. Precisamente en la agitación de las conciencias consiste el oficio del historiador: “estimular a la gente para que piense por sí misma, no se deje engañar y luego actúe”, subraya Fontana.
Ejemplos hay muchos. El historiador ha recordado las movilizaciones de los “indignados” de Chicago, en las que con pancartas en inglés y castellano se defendían los derechos de los inmigrantes. O a los jóvenes norteamericanos que, además de acampar en las plazas, recogían quejas y sugerencias de los ciudadanos. “Es una forma de que la gente piense y adquiera conciencia, de evitar el ascenso de la extrema derecha como ha sucedido en Francia; esto es tan decisivo como lanzarse a la calle a protestar”. Uno de los grandes retos que la izquierda ha de afrontar para ello es crear sus propios medios de información.
“Informarse y comprender la realidad social fue muy importante en el pasado y lo será en el futuro”. Así piensa Fontana, y sus reflexiones nunca son banales. El catedrático de Historia Económica y miembro del Consejo Editorial de la revista “Sin Permiso” ha publicado más de 30 libros (el último, “Por el bien del Imperio. Una historia del mundo desde 1945”) y numerosos artículos en las principales revistas especializadas. Este maestro de historiadores, e intelectual de izquierdas, considera la historia como un potente instrumento para el cambio social. Además, Fontana se mancha de barro, asume el compromiso que Sartre exigía en el buen intelectual: militó en el PSUC durante casi tres décadas y durante el franquismo se enfrentó a la extrema derecha universitaria.
La vasta obra investigadora de Fontana recorre tres líneas fundamentales: El liberalismo y la hacienda pública española durante el Antiguo Régimen; el estudio del siglo XX en la Historia de España y, singularmente, la fractura que supuso la dictadura franquista (este apartado incluye otra deriva investigadora, la historia del mundo después de 1945); y la reflexión sobre el sentido de la Historia como disciplina y el oficio del historiador.
¿Qué diagnóstico cabe realizar de la actual democracia española, desde la mirada de un avezado historiador? “Nuestra democracia no es en ningún caso participativa; la política se ha convertido en una actividad de profesionales, en la que al ciudadano sólo se le deja participar una vez cada cuatro años; y lo peor es que la opinión ciudadana se basa en lo que perciben de los medios de comunicación, particularmente de la televisión; los elementos que se dan para el análisis están, de hecho, muy sesgados; no es difícil conocer los intereses de propietarios, profesionales y anunciantes de los medios”, responde Josep Fontana.
En un modelo bipartidista, que tras las elecciones en Francia y Grecia hace aguas en Europa, “la alternativa se reduce a elegir entre Rajoy y Rubalcaba, cabezas de dos partidos que defienden el mismo modelo social, explica Fontana; y la posibilidad que nos dejan para el cambio es mínima”. La visión panorámica del historiador permite, a partir del estudio riguroso del pasado, proyectar un juicio sobre el presente. “En el pasado no ocurría lo mismo; había elementos de sociabilidad diferentes, sin una influencia tan apabullante de los medios de comunicación de masas; existía, por ejemplo, la prensa de partido”.
Hoy, se dan fenómenos como la protesta de los jóvenes en las plazas, mientras sus padres votan a la derecha. Por eso, apunta Fontana, cuando se habla de pasividad de la juventud, “siempre digo que son los padres quienes realmente han de adquirir conciencia de los problemas; hasta que no vean sus intereses amenazados, como ya lo están los de sus hijos, no se producirá un cambio social”. Fontana apela permanentemente a la toma de conciencia. “Sólo así puede entenderse que la cuestión no es la crisis, que en algún momento se superará, sino la política de recortes y la destrucción de la educación y la sanidad públicas; Fueron conquistas resultado de un largo proceso y serán necesarias largas luchas para recuperarlas”, vaticina el historiador.
¿Qué ocurre con la política económica? ¿Quién gobierna de facto el país? “Los empleados del cártel bancario”, contesta Josep Fontana, “que están liquidando el Estado del Bienestar y, más aún, el mismo estado, sometido a un proceso de creciente privatización; más grave que los ataques contra la educación, la sanidad o los servicios públicos es la progresiva desaparición del estado como algo que nos pertenece a todos; y ello con las tasas de paro más elevadas de la UE, índices de desempleo juvenil que rondan el 52%, y a la espera de que cada viernes el Consejo de Ministros apruebe una nueva tanda de recortes; o se da un cambio a medio plazo se producirá la liquidación del país por cese del negocio”, opina el catedrático.
En resumen, la coyuntura es “muy negativa”. Y no se trata de perseverar en los errores: “No se trata de pasar de Rajoy a Rubalcaba, o viceversa; si nos mantenemos en este sistema, como mínimo hay que hacerlo más participativo y transparente”. Por esta senda caminan, por ejemplo, el 15-M y el Movimiento de los Indignados. Más recientemente, los estudiantes del Luis Vives, en Valencia. Movimientos de estas características permiten, a juicio de Josep Fontana, “albergar algunas esperanzas, pues se trata de ejemplos al margen de la política formal pero que representan unapolitización real de la sociedad; hace falta que más gente salga a la calle”, concluye el investigador.
¿Qué hacer? La historia ofrece enseñanzas dignas de consideración. Para cambiar (“aunque poco”, matiza Fontana) el franquismo, hizo falta “el esfuerzo conjunto y organizado de la gente de abajo”. Vicenç Navarro también ha explicado en algunos artículos este fenómeno de movilización popular que forzó cambios, y que apenas se cita, frente al discurso hegemónico que vende las bondades de una transición forjada desde arriba. Fontana recuerda la fuerza que en la época tenían asociaciones de vecinos, sindicatos, abogados laboralistas o incluso cristianos de base, la capacidad de reivindicar sus derechos e intentar cambiar las cosas. “Es esta sociabilidad organizada en torno a intereses concretos lo que abre la puerta a los cambios sociales”.
Porque los avances sociales nunca se regalan. Se conquistan. “Proceden siempre de luchas colectivas reales o se arrancan por el miedo que puedan sentir las clases dominantes; pero en ningún caso se trata de concesiones graciosas; estas movilizaciones son las que en la transición conquistaron derechos básicos”. Por eso, la historia está abierta y por escribir. “Lo fundamental es no caer en la apatía política, sacudir las conciencias y tener confianza en el futuro”. Lo dice un historiador con décadas de teoría y práctica militante: “uno ha vivido demasiados años de lucha como para resignarse; es esto lo único que no nos podemos admitir, la resignación”.
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