Culpar por sistema al otro es una estrategia propia de la ratonería política. Eso es lo que hace el Gobierno actual cuando responsabiliza de los problemas de España a la gestión de Rodríguez Zapatero.
España y Europa sufren una crisis política, económica y cultural de
primera magnitud. Dentro de la crisis general europea, el declive de la
situación española está llegando a unos extremos sociales alarmantes.
Por eso conviene tomarse en serio la meditación sobre la herencia
recibida y buscar la geografía profunda de las responsabilidades. ¿De
qué herencia hablamos? ¿Por qué asistimos a este deterioro democrático
en el que los derechos y los valores cívicos se han convertido en una
mercancía prescindible, una conquista de usar y tirar?
Por lo que se refiere a Europa es hora de asumir los errores del
proceso. Favorecer una unidad de mercado y apostar por una moneda única
sin construir un Estado, un ámbito político capaz de regular la economía
al servicio de los ciudadanos, ha sido una de las imprudencias sociales
más graves de la historia contemporánea. Someterse a los vientos de los
poderes financieros sin una fiscalidad común y sin un Banco Central
activo fue una cruel temeridad ideológica en un momento en el que la
economía especulativa borraba de las ambiciones mercantiles los recursos
de la economía productiva. En ese sentido la responsabilidad va de
Rajoy a Zapatero, y de Aznar a Felipe González. Esa es la herencia,
nuestra responsabilidad, compartida con el resto de los países europeos.
También compartimos con otros países la confusión dominante en los
últimos años entre modernidad y mercado salvaje. La eficacia económica
pasó a relacionarse de forma inevitable con la privatización de
servicios públicos y la pedagogía se puso en manos del dinero. En los
planes de estudios, las líneas de investigación y los paradigmas
culturales, los valores éticos que ayudaban al equilibrio social y la
convivencia se humillaron a la rentabilidad económica. El reconocimiento
público se convirtió en un asunto de saldos bancarios y resultados de
negocio. ¿Dónde están los intelectuales? Una pregunta cínica cuando
llevamos años esforzados en la liquidación política del humanismo.
Esta inercia generalizada ha hecho más daño allí donde la situación
democrática estaba lastrada por la debilidad. Es el caso de España.
Aunque se intente identificar ahora el Estado de las Autonomías y sus
servicios públicos con el derroche imprudente, los datos demuestran que
España está por debajo de la media europea en la inversión educativa,
sanitaria, administrativa y social. Ahí nos separamos de Europa, como
nos separamos también en el trato ofensivo que se les está dando a unos
ciudadanos. Tenemos un Gobierno que nos criminaliza.
El Ejecutivo hace sin pudor exactamente lo contrario de lo que
recogió y prometió en su programa electoral. El Congreso de los
Diputados lleva días defendido por un cerco policial. Nadie puede pasar
por la Carrera de San Jerónimo. Como si estuviésemos en un Estado de
Excepción, se actúa a través de decretos. Asistimos al espectáculo
delirante, propio de una farsa tercermundista, de que los hooligan
parlamentarios animen una sesión trágica aplaudiendo cada vez que el
presidente anuncia un recorte de derechos económicos o cívicos. Una
diputada llega incluso a resumir en frase muy ilustrativa, "que se jodan",
el sentimiento de prepotencia, casta y alejamiento de la realidad
social que caracteriza a los gobernantes. Las mujeres de los mineros son
registradas en bragas y sujetador para entrar en el Congreso. Se
suspende la información pública libre a través de un cambio en la
legislación que somete el trabajo de los profesionales al control del
partido en el poder. El BOE no para de publicar indultos para políticos
corruptos y policías condenados por tortura. Esto se parece mucho a un
régimen.
El concepto de herencia recibida, desde una perspectiva cívica, salta
de Felipe González a Adolfo Suárez y de éste a Franco. Hasta hora se
han cantado las glorias de la Transición. Es el momento de reconocer sus
errores. En España no habría una Ley Hipotecaria tan injusta si el
poder financiero no hubiese conservado un peso político propio de una
dictadura. En España no existiría un funcionamiento judicial tan anómalo
-la ley no serviría para blindar a los caciques sociales-, sin un Poder
Judicial marcado por un gremialismo y un sectarismo burocrático propios
de una dictadura. Y la crisis no se resolvería con el desprecio a los
ciudadanos, con la devolución económica, laboral y social de sus vidas,
sin una soberbia gubernativa propia de una dictadura. Esta es la
herencia recibida: el lado oscuro de una Transición que ha tratado a los
más notables herederos del fascismo como si fuesen padres de la
democracia.
"El azar no tiene perdón si se ha ofendido a una divinidad", escribió
Ovidio después de que el emperador Augusto lo desterrara a Tomis. El
ámbito sagrado de la dignidad social lo marcan el respeto a la memoria
democrática, la virtud pública y los derechos de los ciudadanos. La
herencia recibida de la Transición ha ofendido muchos valores sagrados. Y
ahora lo estamos pagando. Es una responsabilidad colectiva.
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