Violencia - Pedro Olalla.
Domingo, 10 de Febrero de 2013
"Hoy día, mientras en las calles arden contenedores y en los parlamentos
arden conquistas democráticas, lo políticamente correcto es condenar la
violencia.
Puede que la violencia sea siempre violencia, pero los
motivos de su utilización no son siempre éticamente iguales. No es la
misma la violencia que se utiliza para abusar y agredir que la que se
utiliza para defenderse de la agresión y del abuso. No es la misma la
violencia nacida del racismo y de la discriminación que la que nace de
la lucha contra ambos. No es la misma la violencia que se ejerce para
imponer los intereses propios que la que se utiliza para defender el
interés común. No es la misma la violencia que condena a la necesidad
extrema que la que lucha desesperadamente por salir de ella.
Pero de
todas las violencias, la peor es la de guante blanco: la ejercida desde
el poder en favor de intereses particulares y al amparo de una falaz
legitimidad democrática. La de gobiernos que, lejos de garantizar el
derecho a la manifestación pacífica, gasean sistemáticamente a quienes
tratan de ejercerlo para no sentirse cómplices de la injusticia; la de
"representantes" de oídos sordos que no se atreven a asomarse siquiera a
la ventana de su parlamento para ver que, desde hace ya tiempo,
gobiernan de espaldas a una ciudadanía cada vez más desesperada; la
violencia de estar mintiendo reiteradamente a esa ciudadanía y de
escamotearle un referéndum para pronunciarse sobre pactos que la
comprometerán durante largos años y que están siendo firmados en su
nombre por gobiernos colaboracionistas de muy dudosa legitimidad
democrática; la violencia de haber dejado a 30.000 personas sin hogar
durmiendo entre cartones otro invierno más; la violencia de haber
situado ya al 21% de la población del país bajo el umbral de la pobreza;
la violencia de condenar a una generación al paro, a la emigración, o a
la miseria de ser contratado por 500 euros y acribillado a impuestos;
la violencia de cortar el suministro eléctrico a las familias mientras
se subvenciona a fondo perdido a la banca; la violencia de que para ver
cumplido el derecho fundamental a la vivienda haya que hipotecarse de
por vida con los lobbies de la ingeniería financiera; la violencia de
estar desmantelando el Estado social y democrático para pagar la
insensatez de los políticos y el descontrol de la especulación; la
violencia de estar enajenando la riqueza y la soberanía nacional ante la
sumisión y el miedo de sus verdaderos dueños.
Ésa es la violencia
que hay que condenar, la impune violencia de guante blanco, la violencia
impoluta de los hipócritas que callan sabiéndose cómplices de un
sistema que produce a manos llenas miseria, explotación, desigualdad,
colonialismo, guerra y muerte, y que, sin embargo, hacen un consternado
gesto de repulsa cuando ven volar una piedra o arder un contenedor de
basura.
La Violencia, en su sentido original y etimológico, es una
fuerza vital, un ímpetu: la fuerza que sustenta una idea, un argumento,
un acto, un cuerpo, un estado, incluso una virtud. Violencia (Βία) era
en la antigua Grecia una divinidad primigenia, que en las laderas del
Acrocorinto compartía santuario con Ananke, la Necesidad; "conciliando
violencia y justicia" ("βίαν τε και δίκην συναρμόσας") forjó Solón las
leyes de la Democracia; y no olvidemos nunca que, en el fondo, la
Justicia no es sino una violencia que trata de imponerse sobre el abuso y
la desigualdad, una violencia que hay que hacerse a uno mismo para
obrar conforme a la verdad y dando a cada cual lo que merece.
Es el
uso de la fuerza, y no la fuerza misma, lo que la ética debe juzgar.
Condenar la violencia siempre parecerá "políticamente correcto", pero
mucho cuidado con la demagogia".
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