"Una de las primeras clases de economía que recibí en la facultad nos situaba en la disyuntiva de que un país tuviera que elegir entre fabricar cañones o mantequilla. La idea proviene de uno de los manuales más célebres de economía escrito por Paul Samuelson, premio Nobel de Economía en 1970. En ella introduce el concepto del coste de oportunidad por el que cada euro dedicado a cañones no podrá ser destinado a mantequilla y viceversa. Esto supone perder la oportunidad de invertir en los sectores en los que se reducen las partidas presupuestarias con respecto a aquellos en los que aumentan. Tal decisión se presenta cada año en la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado, en los que el gobierno de turno establece las prioridades que marcarán el presupuesto del año siguiente. La decisión de dedicar el dinero de los contribuyentes a una u otra cosa, establece el sistema productivo y social futuro de un país.¿Qué opción ha tomado España en los últimos años, invertir en cañones o en mantequilla?
Solo desde 2000 el presupuesto del Ministerio de Defensa ha acumulado un gasto que alcanza los 100.000 millones de euros, que hay que multiplicar por dos si aplicamos el criterio de la OTAN que establece el gasto militar de sus estados miembros. A esto hay que sumar partidas deliberadamente ocultadas en el debate parlamentario de los PGE, y que son aprobadas a lo largo del ejercicio presupuestario en forma de créditos extraordinarios que tradicionalmente aumentan en una media de 1.000 millones de euros el presupuesto militar anual. Rigurosos cálculos aseguran que el gasto militar total acumulado de España en lo que llevamos de siglo ha sido de 244 mil millones de euros.
Existen, no sin razón, posicionamientos pacifistas o antimilitaristas que afirman que sin este gasto hubiéramos podido liberar todos los recursos de menesteres militares a necesidades sociales, es decir a la mantequilla del ejemplo de Samuelson. Pero analicemos al menos aquellas partidas del gasto militar que pueden ir destinadas a actividades totalmente prescindibles incluso por algunas voces oficialistas. Un mínimo de tres cumplen estos requisitos: las operaciones militares en el exterior, los créditos a la I+D militar y la adquisición de los Programas Especiales de Armamentos.
Si España no hubiera participado en muchas de las guerras y lugares de conflicto, a los que además se ha opuesto la mayoría de la ciudadanía, nos hubiéramos ahorrado 8.000 millones de euros. Si no se concedieran créditos en ventajosas condiciones a la industria militar para que idee y desarrolle nuevas armas -cada año entre mil y dos mil millones de euros de media-, el ahorro alcanzaría los 22.000 millones de euros. Finalmente, si no hubiéramos firmado contratos de adquisición de sofisticados armamentos (87 aviones de combate Eurofighter, 239 blindados Leopard, 212 blindados Pizarro, 24 helicópteros Tigre, 27 aviones de transporte militar A-400, 4 submarinos S-80, 770 misiles IRIS T, 5 fragatas,...), no tendríamos que desembolsar 33.000 millones de euros. Incluso el ex-secretario de Estado de Defensa -Constantino Méndez- lo admitió: "no deberíamos haber adquirido sistemas [de armas] que no vamos a usar, para escenarios de confrontación que no existen y con un dinero que no teníamos entonces ni ahora".
¿Qué podríamos hacer con estos 63.000 millones de gasto militar totalmente injustificable? ¿Cuál es el coste de oportunidad de dedicar esta ingente cantidad de recursos a cañones y no a mantequilla? El gasto militar, ese gran desconocido que pasa de puntillas cada año en el debate presupuestario, es uno de los agujeros sin fondo de la política del despilfarro de los últimos años. El gasto militar nos empobrece en todos los sentidos, no solo en términos económicos, porque una sociedad que prioriza la guerra, la compra de armas i la investigación de nuevas formas de matar, no avanza hacia la paz y no deja que los demás lo hagan".
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