“Espero que [las protestas] terminen con cierta celeridad. El pueblo español, en una situación complicada y difícil, ha dado muestras de estar a la altura de las circunstancias más que sobradamente”.
El presidente Rajoy pronunció estas palabras en Washington hace dos semanas, cuando la movilización ciudadana en Gamonal se convertía en el espejo en el que una sociedad cansada de la crisis y los recortes se miró con cierta esperanza. ¿Y si protestar sirve? ¿Y si después de cientos, de miles de manifestaciones que parecían inútiles hay posibilidad de cambiar algo?
Pero las palabras de Rajoy no solo intentaban desautorizar un movimiento que días después acabó imponiéndose a la voluntad de un alcalde que creía poder gobernar en contra de sus ciudadanos; además, expresaban un sentimiento nocivo que ha dominado el discurso oficial en la España azotada de estos años: la sociedad es madura y aguanta, la sociedad no está haciendo tonterías y soporta sin locuras lo que debe soportar.
Durante este tiempo, la mera mención de una huelga era recibida por el PP como un desafío a la razón. “Solo desde la irresponsabilidad más absoluta se puede convocar en estos momentos una huelga”, decía por ejemplo Carlos Floriano, vicesecretario general del PP, en 2012. Y ese era el discurso oficial.
Pero el anuncio de Ignacio González supone no solo una rendición mayúscula de un proyecto mascado sin consenso político, ciudadano, ni sectorial. La renuncia a la privatización de la sanidad es la primera victoria sonada de unas protestas que han combinado varios elementos interesantes de forma novedosa: 1. Ha sido una movilización tan imaginativa como paciente, pertinaz y sostenida en el tiempo por parte de una comunidad (el sector sanitario) afectada por una política que no quiere. 2. Ha tenido una estrategia judicial paralela tan o más importante que la movilización. En distintos tribunales y con distintas denuncias, la causa social y política sumó la judicial, que finalmente ha doblegado al Gobierno. Y... 3. La lucha ha creado sus cauces organizativos más fuertes en un plano distinto de los sindicales clásicos. Los viejos sindicatos deben hacérselo mirar.
Una encuesta europea reciente en cuya parte española participó la Pompeu Fabra recogía que los españoles no estamos alejados de la política, como solemos creer, sino de los políticos. Un 25,8% de los encuestados ha participado en una manifestación en el último año, siete puntos más que en la edición anterior. Hablamos más de política, participamos más y tenemos más opiniones. El voto ya no es un cheque en blanco. Y eso nos acerca a un ideal de sociedad más exigente y participativa.
La idea de que lo maduro es no protestar que ha sostenido el Gobierno es errónea. Lo maduro, en una sociedad democrática, es reivindicar. Y ahora ya sabemos que, además, sí sirve".
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Puedes comentar algo.