"Dice la teoría de la probabilidad que si sientas a un mono durante un tiempo infinito ante una máquina de escribir, tecleando día y noche, tarde o temprano acabará escribiendo El Quijote. Antes de eso hará millones de textos sin sentido. Casi siempre tecleará a manotazos un puñado de consonantes consecutivas con alguna que otra vocal mal colocada en medio, plasmando en el folio algo ilegible del tipo “ncrfhuwfr”. Quizá una vez cada quince días, gracias a un golpe de suerte, sus dedos golpearán las teclas armonizando vocales y consonantes, construyendo así dos palabras reales, proponiendo una idea a la que nos será muy complicado encontrarle sentido, “parking cebolla”, por ejemplo. Pero dice la teoría de la probabilidad que llegará el día, el menos pensado de los días, en el que el mono, por un cúmulo de circunstancias (azar lo llamarán los matemáticos) tecleará: “En un lugar de la mancha”. En ese momento de sobresalto, al ver lo que ha hecho, con los ojos muy abiertos y el corazón latiendo fuerte, nos acercaríamos al escritorio, de forma sigilosa para no distraer al simio (como si eso importara, ha sido azar, dirían los matemáticos), para observar expectantes cómo sigue.
Con esos ojos abiertos, ese corazón latiendo fuerte y ese sigilo, nos acercamos muchos en mayo de 2011 a las plazas que se llenaron de gente que nunca antes había estado en ellas de esa manera. Por algún motivo que los matemáticos no podrían achacar al simple azar, dado lo sociológico del asunto, las primeras palabras con sentido empezaron a ser escritas en aquellas plazas, tras años de consonantes consecutivas formando palabras impronunciables o, como mucho, palabras a las que no éramos capaces de encontrarle sentido. Los sociólogos, poniéndose la bata que hace un momento vestían los matemáticos, nos explicarían que se dieron las condiciones idóneas para que las plazas comenzaran a escribir con armonía y sentido “En un lugar de la mancha…”: hartazgo, nuevas herramientas de comunicación, una generación preparada y desaprovechada cuya capacidad andaba por ahí suelta, un exceso de desfachatez por parte del poder y unos gramos de ilusión.
Con “En un lugar de la mancha…” plasmado en el folio como si fuera un milagro, observaríamos, conteniendo la respiración, cómo los dedos peludos del mono, tras rascarse la cabeza, vuelven a la tarea y, como por arte de magia, van golpeando tecla a tecla la correcta de entre todas las que la máquina ofrece para estampar sobre el papel: “de cuyo nombre”. No podríamos parar de frotarnos los ojos, pero sí, sería cierto. Estaría pasando. Cualquier letra mal colocada, cualquier espacio mal puesto hubiera acabado con el sentido de la frase, dejándola en un casi éxito, o lo que es lo mismo, en un bonito fracaso. Pero no: de momento estaba pasando. El golpe de suerte o las condiciones idóneas, según quién lo definiera, seguían dándose. Más azar, según el matemático que observa al mono, mientras que el sociólogo (la gente de letras siempre es más pedante) lo definiría como la aparición de un grupo de profesores universitarios, bien formados en política, que supieron amplificar la lectura correcta de la situación social y se apoyaron en los medios tradicionales de masas para canalizar la fuerza de aquellas primeras palabras escritas en las plazas, para que así la frase continuase su segunda de tantas etapas necesarias. “En un lugar de la mancha de cuyo nombre…”.
Hablaba el otro día con alguien de la importancia del concepto de la no militancia para la nueva política. De forma gráfica, la no militancia vendría a ser lo contrario que un mitin con banderita del partido, bocadillo y enrocamiento en torno al argumentario del día. Esta persona hacía de socióloga ante la máquina de escribir, asegurando que de la no militancia, de la capacidad crítica, dependía el éxito o el bonito fracaso de la tercera etapa que ahora comienza, de las siguientes palabras que el mono tiene que teclear. Huir de los excesivos personalismos, que la injusticia de los ataques del poder no distorsione la capacidad crítica de observación de los comportamientos propios y no creer que la estrategia de la vieja política sirve para la nueva, porque las leyes de esa física están cambiando y es bastante probable que el efecto sea el contrario que el esperado y esa estrategia te golpee en la cara. Si se cometen esos errores, explicaría el sociólogo junto al mono, sus peludos dedos comenzarán a tocar las teclas incorrectas, convirtiendo lo que pudo ser en un hermoso fracaso. Un fracaso del que los muy militantes se sentirán enamorados de por vida. Tan de por vida que, llegado el caso en que esta hipotética historia se diera, nos recordarían mucho a los nostálgicos idealizadores de aquella transición, enamorados de su propia experiencia, contando batallitas del milagro que no sucedió".
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