"Lo confieso: no sé
nada de Ucrania. Pero sí sé mucho de lo que pasó en Irak, y en Kosovo, y
en Afganistán, y en todas las guerras lanzadas por Estados Unidos y/o
la OTAN desde finales del siglo pasado hasta hoy.
No
sé nada de Ucrania, aunque algo voy sabiendo. Por ahora hay conjeturas,
unas pocas certezas, muchas sospechas. Pero no quiero que dentro de unos
años, cuando ya no tenga remedio, acabe sabiendo lo que en otras
guerras supimos a toro pasado: que en Irak no había armas de destrucción
masiva, que en Kosovo no había un genocidio en marcha, que en
Afganistán lo de menos era la “lucha contra el terrorismo”. O que en
Ucrania no hubo pacíficos ciudadanos masacrados por policías represores.
La máquina bélica de desinformación trabaja a pleno rendimiento en
Ucrania y alrededores desde hace meses. Ya no sirve el viejo tópico de
que la primera víctima de la guerra es la verdad: en las guerras
actuales, cuando empiezan los disparos la verdad es un cadáver del que
no quedan ni los huesos. Y el caso de Ucrania no parece una excepción.
Una vez más, nos encontramos con un país que para su desgracia es pieza
fundamental en el tablero geopolítico. Lo de menos es la libertad de
los ucranianos, pues las ganancias o pérdidas de EEUU, la Unión Europea,
la OTAN o Rusia son de otro nivel.
Una vez más, como en casos anteriores, nos encontramos con un escenario
propicio, donde aparecen oprimidos y opresores (que los hay en Ucrania,
aunque cada uno trace la línea divisora según sus intereses),
oligarquías manejables (e intercambiables), agravios históricos,
divisiones étnicas y potencias extranjeras metiendo dinero y manejando
peones locales. El terreno perfecto para la intoxicación informativa que
necesita toda guerra hoy.
Por tener, tenemos hasta a
Rusia, contra la que ya traemos de casa la rusofobia puesta, esos
pérfidos rusos que en las pelis hablan arrastrando mucho las erres. No
hace falta que me convenzan de lo malo que es Putin. Pero si de
injerencias militares hablamos, no es peor que cualquier presidente
norteamericano o que no pocos primeros ministros británicos y europeos.
Aunque desde aquí no podamos hacer mucho, yo me conformo con no dejarme
engañar. Y no es poco. Me conformo con no olvidar cómo en todas las
guerras anteriores hubo publicistas dedicados a vendernos la necesidad
de guerra, y cómo nos sirvieron pruebas falsas, masacres sin autoría
clara, paripés diplomáticos, retorcimientos de la legalidad
internacional, y mucha emoción, intriga, dolor de barriga, que el
espectáculo siempre ayuda.
¿Por qué Ucrania iba a ser
la excepción? Precisamente Ucrania, que pone en juego un movimiento de
fichas de alto voltaje, tan grande que seguramente no terminará en
guerra porque ninguna de las partes desea una guerra así, no ahora.
Pero si hubiera guerra, aunque fuese a escala controlada, yo no me resigno a ser de nuevo espectador de bombardeos en prime time,
ni a ver de nuevo “daños colaterales”, ni que el resultado final sea,
como en las guerras precedentes, otro país condenado a la violencia y la
miseria por décadas, sin rastro de la libertad prometida. Estoy seguro
de que hay muchos ucranianos hartos de ser gobernados por delincuentes y
que aspiran a algo más que sobrevivir. Pero no entran en los planes de
la OTAN, la UE ni el FMI que ahora ofrecen rescatarlos.
No sé nada de Ucrania, y hago lo posible por saber, leyendo a quienes sí saben. Y asumo que algunas las sabré después. Cuando sea demasiado tarde.
Si ustedes tampoco saben nada de Ucrania, al menos están a tiempo de
saber lo que pasó en guerras anteriores, si es que no lo saben ya. Y
créanme: lo que descubran sobre Irak o Kosovo les será muy útil para
entender qué pasa en Ucrania".
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